El nombre de Damon Lindelof es, para muchos, sinónimo de desastre. Una de las mentes maestras de Lost, quien, tras un final que, siete años después, hoy sigue despertando ampollas, perdió mucho del respeto que se había ganado. Muy discutido fue también su guión de "Prometheus", que revivía la mítica saga de "Alien". En fin, que este guionista y productor no era santo de devoción para muchos. Hasta The Leftovers. Y ahora, todos son fans de él, claro está.
Porque lo tenía muy difícil. Desde el principio Lindelof salió a decir a todos esos "racionalistas" que desean que todo se les explique de pies a cabeza, que no vieran "Leftovers", porque sería otro show con muchos misterios y que prácticamente el principal no sería resuelto. Es decir, para evitar otro linchamiento cibernético como el que sufrió tras finalizar la serie de la misteriosísima isla, prefirió aclarar de una vez el asunto. Muy bien, ahora el posible espectador ya sabe qué esperar, ya sabe a qué barco se está subiendo. Y para los que nos subimos, qué maravillosas recompensas disfrutamos por el camino. Y los que se bajaron, cómo deseo que se arrepientan por su desembarco. Porque HBO ha vuelto a darnos horas de calidad televisiva.

Tremebundas interrogantes para una serie que las intenta responder a base de golpes emocionales, de actuaciones conmovedoras, de una música sublime que refuerza la tristeza, la desesperación, pero también la esperanza en que viven los diferentes protagonistas. Porque al final, también tenemos mucha catársis y eso da más valor a esta historia.
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Entonces llegó la segunda temporada, un hito como pocos se han visto en la televisión moderna. Cada episodio era un descenso a los abismos, una lucha por respirar, un clamo a la vida, por "renacer". Es aquí donde Lindelof y Tom Perrolta (autor del libro en que se basó la primera temporada), empiezan a jugar mucho con hechos insólitos, a meter temas religiosos, filosóficos y hasta metafísicos. Describir la belleza y el tumulto que supuso esa segunda tanda de episodios es imposible, pero cómo nos dolió. Y cómo lo gozamos.


Hasta nunca, gracias por deprimirme.
Y darme esperanza.
Una muestra de la brillante, destructiva y hermosa banda sonora compuesta por Max Richter:
- 17:11:00
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